Cuanto más cuidadosamente tratamos de distinguir al artista del científico, tanto más difícil se volverá nuestra tarea.
Jorge Wagensberg
Según la última encuesta de percepción social de la ciencia publicada recientemente por el Fecyt, en nuestro país cerca de un 60% de los ciudadanos considera que los beneficios de la ciencia y la tecnología son mayores que los perjuicios. Es una buena cifra y no es de extrañar. Estamos viviendo una época dorada de la divulgación científica, de una intensidad, me atrevería a decir que, incluso abrasadora. Pero, al mismo tiempo, asistimos a la filtración silenciosa del pensamiento mágico a un ámbito clave de nuestra sociedad como es el sanitario. Así, mientras las redes sociales arden con soflamas a la ciencia, ungidas de fervor casi religioso, la homeopatía, el biomagnetismo y el Reiki se cuelan con sigilo en los hospitales.
La ciencia goza de prestigio social y a su abrigo pretenden medrar estas formas de pensamiento que nada tienen de científicas. La magia se camufla y se postula en pie de igualdad con la ciencia reclamando para sí virtudes que le son ajenas. La confusión se agrava cuando, en ocasiones, son los mismos médicos los que defienden y practican estas posturas alternativas. Estas situaciones, que ocurren en los límites que separan lo que es ciencia de lo que no lo es, provocan conflictos que tienen una importante trascendencia social y su resolución es un elemento esencial en la percepción que la sociedad tiene del alcance de la ciencia.
Lo que sigue es una reflexión personal y una aproximación crítica a algunos elementos constantes en la comunicación de la ciencia y el papel que juegan en estas situaciones de conflicto en la frontera.
La ciencia en la frontera, ¿duelo a garrotazos?

Duelo a garrotazos o La riña. Francisco de Goya, óleo sobre revoco, trasladado a lienzo, 123 x 266 cm, Museo del Prado.
Con demasiada frecuencia los encuentros entre los representantes de la ciencia y los partidarios de sus alternativas se establecen en unos términos que recuerdan al “Duelo a garrotazos” de Goya. Asistimos a debates en los que los dos sujetos se golpean, con argumentos en vez de garrotes (eso sí) mientras permanecen lastrados, enterrados hasta las rodillas, por sus respectivos prejuicios. Ejemplos hay muchos. Uno reciente lo tenemos en la discusión entre el periodista especializado en divulgación de la ciencia Antonio Martínez Ron (@aberron) y el escritor Fernando Sánchez Dragó a cuenta de la bondad de homeopatía y otras alternativas a la medicina (que puede escucharse aquí). Sánchez Dragó, quien se autoproclama científico (insistiendo en que él aplica de forma vehemente el método científico), acusa a Martínez Ron de “integrismo científico”. Se trata de una acusación cada vez más habitual que denota una percepción de la ciencia como una actividad intransigente y poco flexible, lo que se identifica como la base del conflicto.
¿Puede existir tal cosa como el integrismo científico? Sí, claro que sí. Pero, en mi opinión, esto es posible solamente si se tiene una visión deformada de la ciencia. En la propia naturaleza de la actividad científica, en sus genes si se quiere, está su mutabilidad como característica esencial. La RAE define integrismo como la “actitud de ciertos sectores religiosos, ideológicos o políticos, partidarios de la intangibilidad de la doctrina tradicional”. La única constante en la ciencia es su incansable lucha por dar respuestas a la curiosidad humana. Su proceder es mutable, así mismo lo son sus teorías, siempre provisionales y pendientes de mejora (si bien construidas a modo de muñecas rusas, contenidas unas dentro de otras) y en las que nunca es descartable una fulminante sustitución. Por lo tanto, si hay algo que la ciencia no es, es precisamente intocable. Por supuesto, esto no impide que pueda hacerse una didáctica dogmática y estrecha de miras de la ciencia. El origen de este dogmatismo podría estar en la urgencia por simplificar y comunicar algo que es muy complejo y que ha ocupado, y ocupa, a filósofos desde hace ya unos cuantos siglos.
La insistencia recurrente al método científico es otra constante en la defensa de la ciencia. Pero, ¿existe el tan manido método científico? Pues no, no parece que exista tal cosa. Al menos, estrictamente hablando, no hay consenso en esta cuestión. Se podría decir que existen tantos métodos como teorías sobre la ciencia [1], es precisamente cuando intentamos entender su funcionamiento cuando recurrimos al método como explicación. En el mejor de los casos, y sólo de forma muy general, podríamos considerar que existe algo parecido a una metodología caracterizada por principios generales fundamentales. Por ejemplo, el físico y escritor Jorge Wagensberg propone los siguientes tres principios metodológicos de la ciencia [2]: el principio de objetivización, el de inteligibilidad y el dialéctico. El primero de estos tres principios funciona a modo de demarcación y es, a mi parecer, la clave para entender (y comunicar) la actividad científica: la ciencia se ocupa exclusivamente de aquella parte de la realidad que todos compartimos y de la que todos participamos: la realidad objetiva.
Esta realidad objetiva no es siempre fácil de esclarecer y gran parte de la actividad del científico consiste en estar seguro de que el problema que tiene entre manos no contiene elementos subjetivos. Nuestros sentidos no siempre nos proporcionan de forma directa esta información y en no pocas ocasiones una valoración apresurada de lo que percibimos puede conducirnos a error debido a los múltiples sesgos cognitivos que todos padecemos en mayor o menor medida. La experimentación es la forma en la que la ciencia interroga a la naturaleza y también el modo en que la objetiviza. Cuando tratamos de comprender problemas complicados, como los que se dan en la investigación en medicina, se requieren sofisticados mecanismos estadísticos sólo para estar seguros de que lo que observamos no es un artefacto (una ilusión, si se prefiere) provocado por nuestra propia percepción y valoración. Esto, constituye el punto de partida sin el que es imposible llegar a un entendimiento y es importante comprender que se trata de algo muy en general complicado.
Los principios de inteligibilidad y dialéctico se corresponden con la idea de que somos capaces de comprender y comunicar esa realidad común. Esta comprensión generalmente se establece en términos de hipótesis o conjeturas que muy bien pueden estar basadas en intuiciones. Es de nuevo la experimentación la herramienta que utilizamos para desligar la conjetura de nosotros mismos y comprobar que la construcción inteligible que se plantea es compatible con la realidad objetiva.
La esencia de la cultura científica: el conocimiento
Llegados a este punto conviene recordar que la ciencia no puede, ni pretende comprenderlo todo, su alcance es limitado, pero en el ámbito en que es aplicable, es la forma más eficaz que hemos encontrado de obtener conocimiento fiable sobre el mundo que nos rodea. Además, a través de la tecnología, ha conseguido transformar nuestra vida haciéndola menos penosa. Aunque no resulta honesto afirmar que sabemos cómo funciona la ciencia, no está todo perdido y podemos plantear un acercamiento menos rígido entendiendo la ciencia como una actividad creativa más. Considerando la existencia, en un sentido amplio, de una cultura científica más que de un método científico. Una cultura que se caracterizaría por ciertas actitudes, inspiradas en los principios generales ya mencionados, comunes a todos los que participan en ella.
La percepción de la ciencia como una actividad estática, dogmática y volcada en la resolución de asuntos prácticos contrasta con sus cualidades si se entiende ésta como actividad cultural cargada de valores. Ramón Núñez Centella, divulgador científico y considerado como el impulsor de la nueva museología científica en España destaca las siguientes cualidades como consustanciales a la cultura científica: la curiosidad, el escepticismo, la racionalidad, la universalidad, la provisionalidad, la relatividad, la autocrítica, la iniciativa, la apertura y la creatividad. Una imagen más rica y alejada de la que transmite la defensa acérrima del método y la divulgación más popular que con demasiada frecuencia se muestra obsesionada con las “maravillas” de la ciencia.
Jorge Wagensberg, en su libro Ideas sobre la complejidad del mundo, se pregunta qué distingue a Newton y Mozart, a lo que responde que, obviamente muchas cosas, pero hay algo que tienen en común, tanto el arte como la ciencia son conocimiento. Y un aspecto que es independiente de la forma en que se adquiere el conocimiento es su capacidad para hacernos avanzar, y prosigue:
Me imagino perfectamente al primer hombre (o aquel último mono) mirando por primera vez la complejidad del mundo absolutamente aterrorizado. Cada interacción con el mundo, un sobresalto. No conocer nada. Ni lo que se siente, ni lo que se está pensando, ni lo que pasará. Siempre me he imaginado los primeros hombres de las cavernas muertos de miedo.
Superamos el miedo cuando aprendimos que a un animal se le puede atrapar, engañándolo para que caiga en una trampa (conocimiento científico) y sabiendo como pintarlo en una pared (conocimiento artístico). En sus orígenes ni siquiera es fácil establecer una separación clara entre estas dos formas de conocimiento lo que acentúa la importancia del acto de comprender por encima de la forma de aprehenderlo.
Por qué es un problema no entender el alcance de la cultura científica

Sala de pulmones de acero con pacientes en el hospital Rancho los Amigos alrededor de los años 50. Imágenes como esta fueron tristemente frecuentes durante el brote de poliomelitis de los años 1940 y 1950. Sí, los pacientes son niños.
No entender que la ciencia constituye una fuente de conocimiento fiable no es algo que nos podamos permitir. Sus logros nos pertenecen a todos (lo queramos o no), ya que nos ayuda a entender (y controlar) la realidad que todos compartimos. Negar la efectividad de las vacunas, por ejemplo, tiene un precio que se traduce en vidas humanas y en el bienestar de las personas, algo tangible y real. Confiar nuestra salud al biomagnetsimo, la bioneuroemoción o la homeopatía, negando lo que la ciencia tiene que decir al respecto, equivale en cierto modo ir al museo del Prado, descolgar Los fusilamientos de Goya y prenderle fuego. Renunciar, en definitiva, al conocimiento que nos guía en nuestro destino común.
Apartarnos de la senda de la ciencia puede tener consecuencias imprevisibles y con toda seguridad empobrecedoras para todos. Es la cultura, no lo olvidemos, lo que nos ha sacado de las cavernas y nos ha llevado a la luna.
Agradecimientos
Hace unos meses contactó conmigo a través de Twitter JC García-Bayonas (@2qblog) para proponerme participar en la siguiente edición de #TertuliasCiencia (http://tertuliasliterariasdeciencia.blogspot.com.es/), un blog colaborativo en el que se plantea una lectura crítica de un libro relacionado con la divulgación científica. Cada semana alguno de los colaboradores resume un capítulo del libro elegido para esa edición y plantea un debate que se desarrolla en los comentarios a la entrada. En esta ocasión el libro elegido fue Mala Ciencia de Ben Goldacre. Era el libro que yo estaba leyendo en aquel momento por lo que acepté encantado. La experiencia ha sido fantástica y ni qué decir tiene que pienso repetir en las próximas ediciones. Yo me encargué de resumir el capítulo 13 del libro, que se titula Por qué hay personas inteligentes que dan crédito a cosas estúpidas. Gran parte de este post tiene su origen en los comentarios hechos por JC García-Bayonas (y el resto de colaboradores del blog) a mi entrada (y a otras). En particular, el punto de partida y la premisa principal del mismo se deben a él por lo que le transmito desde aquí mi más sincero agradecimiento.
Referencias:
[1] Bricmont, J. (2015). Per què no hi ha un mètode científic. I per què això no representa un problema. Mètode Science Studies Journal-Annual Review. http://doi.org/10.7203/metode.84.4040
[2] Jorge Wagensberg, Ideas sobre la complejidad del mundo, Tusquets, 1985
Al leer el post título del post me ha recordado algo que siempre he pensado y que, si no recuerdo mal, también lo expresó Juan Carlos García-Bayonas en uno de sus posts. La gente que piensa que los que defendemos la ciencia somos integristas o que no podemos admirar la belleza de algo porque lo rompemos en sus aspectos científicos, no se da cuenta de que nosotros, además de admirar la belleza de cualquier fenómeno, además admiramos la belleza que hay en la explicación de ese fenómeno, sin olvidar que nos admiramos que el ser humano pueda ser capaz de llegar a comprenderlo.
Por otro lado, ¿soy el único que forraba las paredes de su habitación con ecuaciones porque le parecían bonitas? ;o))
Muy buena reflexión Gaspar. Un saludo
Esa idea la representó perfectamente Feyman en una famosa frase sobre la belleza de los astros. Yo no adorné la pared con ecuaciones, pero hice un póster con unas curvas de isodosis de una antigua unidad de cobalto 60 con la que trabajé… ¡que bellezón! y otros similares, y guardo el primer thyratron de nuestro primer acelerador en Granada :-)
La idea de integrismo científico es una de las armas más peligrosas con las que cuenta el pensamiento mágico. EL problema no creo que esté tanto en defender la ciencia como en dar una visión demasiado monolítica y simplista de la actividad científica. Por eso defiendo poner el acento en la cultura que transmite una idea más fiel y con más matices.
Respecto a la cualidad estética de la ciencia, ¡¿quien puede dudar de que la tiene?! ;-)
Estoy de acuerdo. Por eso hay que invertir más en I+D.
Luego te encuentras con contradicciones, como dejarse llevar por la homeopatía por genios como Steve Jobs
http://www.telegraph.co.uk/technology/apple/8841347/Steve-Jobs-regretted-trying-to-beat-cancer-with-alternative-medicine-for-so-long.html
Pues se nos está colando de lleno todo este asunto en la sanidad. Como nos descuidemos cualquier día se le ofrecerá al paciente biomagnetismo en calidad de igualdad con terapias de probada eficacia y fundamento. Si no me crees pincha el link del médico/mago.
Para mi se trata de una cuetion de respeto y profesionalidad. El paciente merece estar bien informado y que no le tomen el pelo. Ya hemos visto la que han liado los bancos cuando han actuado sin escrúpulos y ética, imaginate la que puede liarse en los hospitales.
Enhorabuena Gaspar, magníficamente expresado. El método es solo herramienta. Cultura científica, actitud científica. Yo creo que es, principalmente, simple y llana curiosidad, ese gusano que te come mientras no sabes.
Eso es. Centrar todo el peso de la ciencia en una de sus herramientas (por muy importante que esta sea) no es buena idea. A parte de que se está creando una mistificación en torno al asunto que no es nada buena para la misma ciencia. La idea de cultura con toda su complejidad y sus clarsocuros me parece más interesante y más adecuada para transmitir una idea más fiel de lo que es la ciencia.
Me ha gustado mucho esta entrada. Estoy ya casi totalmente convencido de que lo hay que divulgar es la cultura científica.
Y por cierto, el arte también tiene su método, bastante científico y arduo, que permite que el concepto se materialice de forma duradera, y que por ejemplo podamos disfrutar del David o de las Meninas siglos después de su creación.
Yo, como ves, estoy totalmente convencido. La cultura es algo más amplio y más próximo a la sociedad. Creo que muchas veces transmitimos una idea muy lejana de lo que es y hacen los científicos. Un acercamiento más humano ayuda a generar una empatía y confianza que son esenciales para que la sociedad aprecie la importancia de la ciencia.
Claro que en el arte hay mucha ciencia.. a mi es que me parece que como dice J. Wagensberg no son tan fáciles de distinguir ;-)
Muchas veces se contraponen las ciencias y las artes de manera que se presentan a las segundas como una actividad creativa frente a la ciencia que, por su rigor, objetividad y método, parece justo lo contrario de creativa… Sin embargo, esto no es cierto y la ciencia, como el arte, es creatividad! Vaya sí lo es. Quizás una de las diferencias entre arte y ciencia sea que la segunda es una obra necesariamente colectiva, mientras que la primera, aun con sus tendencias y escuelas, es una obra individual. Como suele decir Pedro Etxenike, era cuestión de tiempo que desveláramos la estructura del ADN. Fueron Watson y Crick, pero de no haber sido ellos, finalmente habríamos desentrañado la estructura del ADN. Sin embargo, solo Leonardo Da Vinci pudo pintar la Gioconda, y si él no la hubiera pintado hoy no disfrutaríamos de su belleza. Dicho esto, lo que siempre es individual, en ciencia o en arte, es la genialidad.
Como bien apuntas quizás una de las principales diferencias es esa, que la ciencia es una labor necesariamente colectiva. Por eso mismo es por lo que me parece que, para la ciencia, es esencial tener el apoyo de la sociedad que la sustenta. La actividad científica debe arraigar en la sociedad para poder garantizar su continuidad. Es por eso que me parece tan importante que se resuelvan de forma adecuada los conflictos que se generan cuando se cuestiona la validez del conocimiento científico. Debemos esforzarnos por transmitir con fidelidad lo que significa la ciencia que es precisamente lo que el concepto de cultura consigue.
Algo que encuentro fascinante es el consenso general que existe en relación al valor de las humanidades. Es difícil encontrar a alguien que niegue el valor de una obra artística (de la que exista un consenso más o menos generalizado respecto a su valor) mientras que no hay tantos reparos a la hora de cuestionar el valor del conocimiento científico y su alcance. Envidio el respeto que el arte -por tratarse de una forma de conocimiento inmediato- consigue.
Ciertamente ni la ciencia esta exenta de creatividad, ni el arte de cierto método (como apuntaba Juan) las dos son en definitiva y en última instancia distintas aproximaciones con un único fin: comprender el mundo que nos rodea.
Yo, por dar vidilla, discrepo un poco con ambas afirmaciones. No creo que la ciencia y el arte se diferencien demasiado en términos de «colectivismo», pues también el arte progresa como corriente colectiva y nuevas aportaciones van tomando forma con pequeñas contribuciones individuales hasta devenir en un cambio de paradigma artístico. Creo que la ciencia se crea tan colectivamente como el arte (aunque no podemos despreciar la importancia de los impulsos individuales, como el arte), y también el impresionismo, por ejemplo, iba a aparecer, tarde o temprano. Para mi la diferencia no reside en la forma en que se manifiesta la creatividad en uno u otro caso, sino en la naturaleza esencialmente distinta de su «criterio estético».
La valoración de una teoría científica escapa en gran medida de la subjetividad pues se confronta en todo momento con un hecho objetivable. En cambio la obra de arte solo admite la valoración subjetiva, y si alcanza en algún momento un «valor universal» es tan solo como resultado de la suma de estas valoraciones subjetivas.
Tampoco creo que el arte tenga mucha mejor acogida que la ciencia. Por ejemplo, no la tiene el arte abstracto, que requiere de un nivel de comprensión que no está al alcance de la mayor parte del público (nadie piense aquí que yo tengo, ni «arrimao», la sensibilidad suficiente para apreciar ese arte, no la tengo), que disfruta del arte «convencional». Es posible que alguien no comprenda el arte y diga que un cuadro abstracto «le gusta» o «no le gusta», pero esto es como pensar que alguien aprecia la ciencia porque disfruta sus beneficios (la tecnología) o la rechaza porque no lo hace. La ciencia «clásica» está tan bien valorada como el arte clásico, y a nadie se le ocurre intentar volar o andar metiendo dedos en los enchufes. El problema viene, en ambos casos, cuando la cosa se complica y aleja del inmediato entendimiento.
Para mi la diferencia está en que en el arte es difícil establecer la idea de evolución mientras que en la ciencia sí se puede. El arte rupestre no es inferior a, digamos, el del renacimiento, los dos representan la adquisición de conocimiento renunciando a la inteligibilidad y basadas en la capacidad de comunicación mediante un determinado medio [según Wagensberg(1985) su única hipótesis de trabajo es la comunicabilidad de complejidades ininteligibles]. Cada una está vinculada a una época distinta y por lo tanto a una percepción distinta de lo que es inteligible y lo que no lo es, por lo que su mutación (que no evolución) está ligada a la evolución del conocimiento científico. Claro que en el arte existen movimientos colectivos pero no veo en que sentido pueden entenderse como procesos históricos inevitables. En el conocimiento científico la colectividad dentro de la comunidad científica juega un papel crítico ya que todo el conocimiento y su coherencia lógica se sustenta en el cuerpo de conocimiento ya existente.
Respecto a la valoración subjetiva del arte es un tema que levanta pasiones. Yo soy de la opinión de que, aunque se trata de un asunto extremadamente complejo, el valor de una obra de arte está por encima de la valoración subjetiva. El problema está en que precisamente, su renuncia a la inteligibilidad hace muy complicada la valoración de la obra artística, digamos que la pone por encima de nuestras capacidades pero no creo que su valor se determine en base a decisiones subjetivas. Otra cosa es que hablemos del mercado del arte en el que sí pueden existir criterios comerciales e intereses promocionales que desvirtúen la valoración de las obras artísticas pero hablamos de cosas distintas. Es innegable que puede establecerse una separación bien clara entre la calidad de las obras artísticas más allá de criterios subjetivos si bien esto no resulta siempre fácil.
Como bien dices la comprensión del conocimiento adquirido es lo que determina la aceptación del mismo. Lo que nos resulta familiar no nos produce rechazo. En este sentido el arte generalmente juega con ventaja (aunque es cierto que no siempre). La diferencia está en que cuando se rechaza una obra artística contemporánea el cuerpo de conocimiento que representa no se ve afectado, el arte no deja de ser válido como forma de entender el mundo. No ocurre lo mismo con la ciencia, cuando se reniega de un conocimiento adquirido y bien fundamentado se está renunciando en bloque a una forma de comprender el mundo. No se puede afirmar categóricamente la efectividad de la homeopatía, cuando se ha demostrado que sus efectos son indistinguibles del placebo, y pretender que semejante afirmación sea coherente con la forma de entender el mundo que plantea el conocimiento científico.
Pues estoy contigo, Manolo, yo también discrepo. En lo de colectivo, en lo de la subjetividad y en la valoración de una y de otra. Es un tema que da para discutir y pensar en más que en un desayuno.
La colectividad en el arte no es una necesidad intrínseca al conocimiento artístico mientras que en la ciencia es una característica esencial. No me refiero a que no puedan existir genios aislados en la ciencia (sólo sea posible conocimiento colectivo) y que el arte sólo sea una actividad individual (no existan movimientos colectivos artísticos). Quiero decir que sin la colectividad la ciencia se trunca, no es posible una evolución (es decir que nuestro conocimiento científico de hoy sea mejor que el que teníamos hace cien años) mientras que en el arte no pasa esto. Si mañana desapareciesen todas la obras artísticas que han existido, cosa que resultaría catastrófica, nuestra cultura se vería terriblemente empobrecida pero nuestra capacidad para expresarnos artísticamente permanecería intacta y las obras resultantes no tendrían menos valor (seguirían expresando las complejidades ininteligibles de ese momento).
Como he puesto en el comentario a Manolo, no creo que la valoración de una obra artística sea algo subjetivo. En el caso de la ciencia es la valoración es sencilla porque la objetivación está en el núcleo de todo el proceso. La objetivación está en la demarcación, ya que sirve para determinar la realidad que podemos estudiar, y en la evaluación de los resultados mediante la experimentación. No ocurre lo mismo con el arte, su forma de expresión ha renunciado a la inteligibilidad y por lo tanto no existe un criterio que nos pueda guiar a la hora de discriminar lo que es arte de lo que no lo es. Sin embargo esta diferencia existe, más allá de lo difícil que resulte hacer la separación, o lo evidente que pueda resultar.
Pero como bien dices esto da para muchos desayunos :)
Me ha gustado también, Gaspar, el guiño que haces a una obra mítica del humor romántico, «Del asesinato entendido como una de las bellas artes» de Thomas de Quincey, que leí hace años y del que extracto un párrafo que nos avisa del riesgo de degradación que corremos si nos abandonamos al placer de la observación estética: «Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente.»
Sabía que no se te iba a escapar y como supondrás no es casual ;-)
;-)
Simplemente apuntar que me ha parecido una entrada interesantísima. Comparto tus reflexiones, la gente se queda con la parte más mecánica de la ciencia que es la que ve en la escuela y si tenía dificultades ya no vuelve a ella. No se da cuenta de todas las otras cualidades, que has apuntado en el post, que hacen que sea tan importante contar con una buena cultura científica, con cultura, en general. Este es uno de esos posts que, como apasionada de la ciencia desearía que leyese todo el mundo.
Gracias por una reflexión tan inspirada.
Un beso de una tertuliana,
Gracias Laura. Precisamente la idea del post era llamar la atención sobre todos los aspectos de la cultura científica que no se comunican y que son esenciales. Muchas veces se transmite una idea de infalibilidad y rigidez muy alejada de la actividad científica real. Si transmitimos una visón resumida o empobrecida de la actividad científica estaremos comprometiendo la capacidad de la sociedad de tomar decisiones maduras en estos asuntos. En una sociedad con una noción más clara de lo que es la cultura científica sería imposible, por ejemplo, una educación de la ciencia como la que padecemos actualmente, con un diseño curricular cuyo principal objetivo parece ser destruir la curiosidad natural de los alumnos.
Un beso.